miércoles, 28 de mayo de 2014

Alegría de dientes arpetados

Tuve la suerte de ver los dos últimos triunfos de local del Rojo. En el segundo, después del moco de Tula, un tipo le recrimina a la hinchada (como tantos otros), que aliente, que banque a este plantel. "Hay que matarlos a todos", suelta como si fuera un jugador de GTA.
El empate y la confianza lo deja mudo, ni que decir que, al momento de ganar, el hombre se corrió de tirbuna hasta esfumarse con su teoría. ¿Se habrá autojusticiado? Lo dudo.
En esta etapa de desenlaces, donde la proeza va dejando de ser utopía, se hicieron sacrificios de todo tipo, cábalas, caminatas en horas impensadas, ayuno, promesas, etc., ninguna de estas tienen que ver con este presente de Independiente. Es que, con tantas limitaciones (amplificadas por el odio externo y por la agresividad interna de los hinchas), el último partido recuperó una voz que parecía estar en estado de coma. Supe oír en algún momento del partido, una canción guardada en vaya a saber uno qué lugar del cerebro. Celebré la sonrisa del Pocho, más necesaria que nunca, casi contracara de la angustia del Rolfi, cuyo karma a esta altura resulta difícil de sacar. Vi a un Bellocq con la madurez de un gigante y ahí, deduje que, tal como había leído unas semanas atrás, el motor del equipo para De Felippe, aunque mire enganches y proponga un juego de toque (lo que nos costó mucho) es un cinco de carácter. De hecho, estoy convencido que Don Omar debe haber sido un combo entre Maranga y el Negro Galván.
Lo concreto es que el pibe la rompió, terminamos jugando como en otros años con un nueve de área sacrificado y dos punteros, derecho e izquierdo, pipi (Pisano-Pizzini) y poco en el medio.
Brindo por esto. También brindo por el entusiasmo post partido, por desterrar la mala vibra del técnico, "jugar esta instancia no es para cualquiera, nos critican por cómo jugamos, pero nadie mira alrededor", fue su frase a modo de reproche. "Independiente es demasiado grande", soltó y vaya que necesitábamos los sufridos hinchas que desde adentro, desde las entrañas del equipo, algunos volvieran a recordárnoslo.
Alegría de dientes apretados, pero de mentes frescas, de tipos aguerridos, pero que, aún con árbitros para el olvido, rivales viscerales como los de Defensa (¡cómo pegaron los del yogo bonito!), marcaron un camino nuevo. He visto muchos partidos del rojo ganando así, aún en tiempos de consagrados. El Rojo de Solari, por ejemplo, no era exquisito. Ni qué decir del Zurdo López, o del propio Mohamed. Sin embargo, los mensajes del Pocho, de Pisano, de Bellocq, del Ruso, de Ojeda, en estas últimas instancias y sobretodo de ODF, me dan ganas de creer.
Vamos Rojo y a seguir desandando la miseria (heredada y propiciada), para que la grandeza nos confirme que sí, que hay un horizonte a la vista.



No hay comentarios:

Publicar un comentario