lunes, 2 de junio de 2014

Guapeza silenciosa

Arrancar por el final, don Omar (De Felippe) mira al campo con ojos húmedos. Se ignora si son los fuegos artificiales que la gente de Instituto prendió después del uno a uno, nuestro empate. Pero quién es capaz de dudar que el tipo que de mirada adusta y de perfil serio, parece conmovido.
En verdad, faltan dos minutos para que termine todo y ya Penco dejó su huella. Faltan dos, pero ya van más de 40 en los que el Rojo desarrolló acaso el mejor segundo tiempo del campeonato.
Hubo toque, guapeza de pibes y adultos.
Ya Tula se sacó la máscara porque, a pesar de mantenerlo por prescripción médica. El juego, sintió, demandaba otra cosa.
Ya Bellocq dio muestras suficientes de que ser cinco, no siempre refiere experiencia, ni exageradas exquisiteces (por recordar al miserable colombiano que nos dejó), si no hombría y sacrifici
o.
Hasta el silencioso y paciente Monserrat, tuvo su chance, ratificando que la paciencia de los bueno
s tipos dan frutos, a la larga. Qué suerte que, entre esa irresponsable, aunque necesaria pero desprolija limpieza, el pibe se quedó de nuestro lado.
Ya el Rolfi ratificó que, entre lagunas, reproches y ausencias, la camiseta del rojo, les guste o les moleste a quien quiera, es parte de su/nuestra historia...y Córdoba, siempre le sentó bien.
Ya el Pocho salió exhausto y Pisano se dio el gusto de jugar hasta el final, al mismo ritmo que Fede Mancuello y el esforzado Gabi Vallés. Ya Zapata los corrió a todos y se bancó desprolijamente una parada complicada, por su pasado en Belgrano.
Qué más decir del Ruso Rodriguez, verdadero estandarte de este equipo y un capitán como pocos, presente siempre que se lo necesitó.
ODF no se achicó y le dio la chance a Adrián Fernández, para que sume opciones de gol. Entre todos, superaron las diez chances netas, pero la que rindió fue la motito del larguirucho Sebastián. Curiosidad o no, desde su homónimo, Pascualito Rambert, que no recordábamos un festejo con firma propía, aquel avioncito nos deleitó hace veinte años y ahora, el grandote arrastrando un manubrio imaginario nos devuelve una alegría banal, pero necesaria.
Atrás cerramos los picos de tanto malicioso. Una mano a favor no cobrada, un agarrón a nuestro número 9, el llanto de los jugadores de Instituto primero y de su técnico, Jiménez despuès, demuestra que la hidalguía no tiene nada que ver con ganar o perder. Es de hombre llorar, si no lo creen así los triunfalistas o hipócritas ganadores que sólo se muestran con viento a favor, sin hacerse cargo de los dolores. Dolores genuinos, pero que siempre sirven y ayudan a crecer y creer.
Queda un partido para demostrar que una cosa es una mancha y otra, las cicatrices. Pero eso, vendrá después del domingo. Por ahora, a gozar de la guapeza silenciosa, de logros que no ocupan minutos en noticieros, ni líneas en los diarios, pero que son enormes en el corazón de los que nos sabemos grandes, por historias, por golpes, por este durìsimo y largo presente, que ya tiene buen puerto.
Les guste o no a los detractores.

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